Carta 6 Game Over

libro
Ilustrado por Carolina Ferrero

 

Querida Abril,

¡Qué alegría saber que pronto saldrás del hospital! Ojalá pudiéramos verte cuanto antes, pero los dos sabemos que eso no ocurrirá. Lucas sigue preguntando y, al menos de momento, ya no tendré que mentirle más.

Por mi parte, te diré que las guitarras desaparecieron esa misma noche, como era de esperar, y que no tengo noticias del concejal ni sé nada de su hijo o de la policía. Tampoco he vuelto a encontrarme con el saxofonista y, además, algún hijo de puta ha eliminado esta semana el video de Day_Zero en Youtube. Ahora me debo conformar con una foto de Ellen en plena acción, arrastrando sus tetas y sus vísceras por la cocina de la casa, pero nada es como podría ser. Todo ha desaparecido de golpe y te aseguro que algunos días me oigo a mí mismo chisporrotear como si fuera un vaso de Coca-Cola. Entonces me palpo enseguida la cabeza para ver si ya estoy un poco más calvo todavía, más achatado, y percibo con la punta de los dedos la humedad que rezuma mi cuerpo y que estalla sin hacer ruido al evaporarse.

Por las mañanas me conecto a Internet y espero sin muchas expectativas que alguien compre, por fin, el nuevo libro de Askildsen pero a veces solo compran a Javier Marías por lo que a mitad de la mañana abandono y me pongo a desmontar cosas. Te confieso que me he pasado el fin de semana desmontando gilipolleces y ahora tengo una habitación llena de cajas de libros sin desembalar, pero también de cables y cachivaches de metal o de plástico irreproducibles en formato texto y que son, como todos nosotros, totalmente inservibles por sí mismos. Ayer empecé a desmontar la televisión y mañana desmontaré cosas que sean muy nocivas para mi salud, como la Thermomix o la cama de matrimonio.

Ya por la tarde, Lucas y yo jugamos a ese juego de adivinar el color de los coches que pasan por delante de casa. ¿Te acuerdas de ese juego? Yo siempre elijo el rojo, pero cada vez hay menos rojos por aquí y además creo que hay muchos más capullos e ignorantes. Al final, Lucas se acaba aburriendo incluso antes que yo porque, en realidad, se trata de un juego terrible en el que nunca cruza la calle aquello que estás esperando. 

Como apenas consigo conciliar el sueño, me levanto por las noches y me pongo a entrenar mi deformado sentido de la orientación. Se trata de bajar las persianas, abrir todas las puertas y justo después, sin despertar a nadie y en mitad de la oscuridad más absoluta, empezar a andar por la casa sin tropezarse con nada. Tropezar o chocar, está prohibido. Tropezar o chocar conlleva inevitablemente destruir/eliminar/tirar/romper o desmontar el maldito obstáculo y sacarlo de mi camino para siempre. Sin embargo, a veces algo tan idiota puede convertirse en una broma de mal gusto. Esta misma noche, por ejemplo, mientras terminaba de recorrer toda la casa sin rozarme con nada que me perteneciera, finalmente me he chocado con Lucas justo al salir de la cocina. Los dos nos hemos asustado bastante, pero creo que por motivos distintos. Es verdad que también un día me choqué con Sara llegando al baño, pero la sensación no tuvo nada que ver.

Amanece así que me voy a volver a la cama. Por la ventana del cuarto de invitados se ven muchos perros ya, en la calle y por todas partes como un lobo correr, el enemigo de siempre soltando baba de veneno desde muy adentro y antigua. Yo soy una piedra que golpea cristal. Yo soy irrompible, Abril, me faltan trozos y estoy lleno de marcas, lo mismo que cualquier cristal.

Un coche de color rojo se ha parado bajo la ventana del salón y de repente, ¡boom! Al fin ha estallado.

Estés donde estés, escribe. 

Besos

Escrito por Javier Fernández Parra

Deja un comentario