Mamá, que no soy una niña

Mi nombre es Susana y tengo dos hijes, de 7 y 9 años, respectivamente. Aún me cuesta decir hijo, en lugar de hija. Lo cierto es que nació como mi primera hija, parecía una niña, la sociedad me dijo que era una niña, yo creí ver una niña, todo basado únicamente en la observación de sus genitales, claro, y en una impaciencia por asignar un género a este ser humano recién llegado al mundo. Desde apenas los dos años, me pareció ver un niño dentro de él pero, el miedo por falta de información, me hacía mirar para otro lado. Él se conformaba con comprar su ropa en la sección de “niños” y elegir juguetes mal llamados de “niños” para su cumpleaños.

Casi 10 años ha estado conformándose y ahora que ha anunciado su identidad de niño, ahora que ya ha cambiado su nombre, ahora se me llenan los ojos de lágrimas al pensar como pudimos tenerle tanto tiempo atrapado en ese otro lugar que no era su sitio.

Ahora que le veo como ha florecido desde que comunicó a sus amigos, compañeros de clase y profes su nombre de niño, ahora que percibo como se muestra más relajado y alegre en su día a día, soy consciente de lo difícil que debe haber sido salir cada mañana disfrazado de alguien que no es la persona que ve en el espejo, durante tantos años, durante tanto, tanto tiempo.

Me sentí muy feliz el día que acudí a su colegio para activar el protocolo LGTBI, pues las cuatro mujeres que se reunieron conmigo ese día (directora, jefa de estudios, PTSC y tutora), me facilitaron muchísimo los trámites. Sentí su apoyo y nos emocionamos comentando sobre lo importante del acompañamiento a nuestres hijes, alumnes.

Me daréis la razón si os digo que cada madre/padre cruzamos los dedos para que nuestres hijes pertenezcan a esa mayoría… a ser posible, heteros, ni gruesos ni flacos, de nota media/alta académica, ni PAC, ni PAS, ni Asperger, ni gafas, ni nini, ni….

Si algo me han enseñado mis dos hijes estos últimos años, es que esa mayoría no existe. Cada hije que tenemos es especial y le acompañamos en sus especificidades lo mejor que sabemos, desde el amor, siempre.

Infinidad de progenitores que me transmiten las peculiaridades de cada peque, sus inquietudes, miedos y dudas, tan parecidos a los míos, su determinación en apoyarles, facilitarles el camino, en el ámbito que sea mientras nos necesiten.

Por suerte, las generaciones venideras son mucho más respetuosas con la diversidad y la diversidad mucho más visible. Tanto es así que nos hemos dado cuenta que dicha diversidad es la verdadera mayoría.

La LGTBIfobia es dañina para la persona que recibe la muestra de discriminación, acoso, rechazo u odio irracional, y esto es triste.  Pero que triste es, también, la auto discriminación que ejerce sobre sí mismo una persona con fobia (miedo a lo desconocido), limitada, con prejuicios en una sociedad donde ya no es acompañado en esa conducta, como se auto excluye de sus círculos, como se expone a ser apartado por sus acciones vejatorias, por jóvenes más respetuosos, que no consentirán semejantes injusticias en la sociedad diversa que disfrutamos hoy día. Por eso, a medida que vaya creciendo el fomento de ese respeto a la diversidad en nuestres hijes, jóvenes, alumnes, vecines, familiares, etc, irá decreciendo la discriminación, y el lugar que ocupe la LGTBIfobia será más y más pequeño, hasta desaparecer.

La educación y el acompañamiento de nuestras generaciones futuras, pertenezcan al colectivo que pertenezcan o a ninguno, ha de ser nuestra responsabilidad, nuestro objetivo, nuestra amoroso legado.

Mi deseo en el día internacional contra la homofobia, la transfobia y la bifobia es que llegue pronto el momento en que ya no haga falta denunciar fobia alguna señalando un día en el calendario.

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