La anormalidad

«No face», por Create

Moira fue una de las primeras del barrio en perder la mitad de su rostro. Se miraba en el espejo del rellano sin entender si se trataba de una o más piezas las que faltaban para completar su fisiognómico puzzle.

Tenía unos enormes ojos color miel y unas cejas largas y finas. Hoy más ojeras de lo acostumbrado y media nariz plagada de pecas. Sin embargo, debajo de esa media nariz ya no había más cara. Ni fosas nasales, ni boca, ni barbilla, ni rastro de sus perlas nacaradas.

Por lo demás, todo de lo más normal: las compras, los cines, los bares, los incendios y los crímenes, todo igual que antes de la extinción. ¿Qué tan mal lo hemos hecho?

Ahora son todos, medios rostros que caminan por la avenida y no saben sonreír. Ya nadie oye ni habla como antes. Beber agua en público es tremendo atentado. Los pocos que quedan son tan solo un puñado de miradas tristes o enajenadas, dependiendo de la carga viral.

Pensaba yo en todo esto mientras el ascensor subía hasta el octavo… ocho, justo los días que habían pasado desde tu muerte. Entraba en la habitación y te veía, bella durmiente, en nuestra cama. El olor a ti envolvía el hogar en una bruma añeja y asfixiante, me volvía loco. En los fríos atardeceres yo seguía preparando tazones de chocolate para nuestra cotidiana y amorosa tertulia. Pero ahora eran monólogos frente a una taza abandonada. 

Cuando ya no pude soportarlo más me encaminé al cementerio, encendí la linterna, busqué tu tumba y cavé hasta el ataúd. Arrastré tu cuerpo desde el coche y lo devolví al lugar de donde jamás debí sacarlo. Al menos tú, mi amor, podrías descansar.

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